Introducción

Las Bienales de Córdoba en los años sesenta

María Cristina Rocca
Historiadora del Arte
Docente e investigadora
Escuela de Artes. FFyH. UNC

 

Las Bienales Americanas de Arte, también conocidas como Bienales de
Córdoba o Bienales de la Kaiser, consistieron en importantes concursos internacionales
de pintura realizados en nuestra ciudad en tres ediciones: 1962,
1964 y 1966. Presentes aún en la memoria de los argentinos y particularmente
de los cordobeses, se desarrollaron durante un mes cada vez, como eventos de
una intensidad única, vertiginosa y festiva, paralelos a la existencia del Instituto
Di Tella en Buenos Aires. La voluntad de aggiornamiento de la cultura, se
halla en consonancia con la ola modernizadora que agitó la economía y la
política en los años 60; estaba acompañada de un optimismo lo suficientemente
fuerte como para sostener una conjunción de actores, de muy distinta
procedencia, que hizo posible la realización de esas Bienales. Artistas, empresa
patrocinante, gobiernos locales y latinoamericanos, universidad y público emergente, con diferentes grados de compromiso, dieron lugar a un fenómeno
que desbordó las expectativas de los organizadores.

Patrocinio industrial y artistas locales

Industrias Kaiser Argentina (IKA) patrocinó las Bienales como una estrategia
empresarial, novedosa para la época, consistente en asociar el prestigio
de la industria con el del arte. El interés por invertir en la cultura
demostrado por una fábrica de automotores -con fuerte presencia de capitales
norteamericanos asociados a otros de origen nacional- no sólo tenía que
ver con las exenciones impositivas ofrecidas por el gobierno, sino con la política
exterior de Estados Unidos en la segunda posguerra, conocida como
Guerra Fría. El campo de la cultura se convirtió en campo de luchas simbólicas
contra el “avance del comunismo”; en esos años, se registraron numerosos
patrocinios de empresas norteamericanas a eventos culturales en distintos
países latinoamericanos.
Los Salones IKA -iniciados en 1958 para artistas locales y provincias del interior-
sirvieron de laboratorio previo a las Bienales, en la medida en que favorecieron
la asociación de artistas, empresa y gobiernos.
Esos Salones, desarrollados en el Museo Caraffa, contaron con la activa participación
de los llamados “Artistas Modernos” de Córdoba: Pedro Pont Vergés,
Marcelo Bonevardi, Ronaldo de Juan, José de Monte, Alfio Grifasi, Raúl
Cuquejo, Tito Miravet, Luis Saavedra, Raúl Pecker, Antonio Seguí, César Miranda
y sus maestros Roberto Viola y Ernesto Farina. Los jóvenes encontraron
un espacio nuevo para exponer sus obras, con importantes premios, y
una oportunidad para intercambiar o debatir sus ideas acerca de las tensiones
entre figuración y abstracción, el rol del arte en la sociedad, las búsquedas
identitarias, entre las más importantes preocupaciones de la época.

Pintura moderna latinoamericana en Córdoba

Las tres ediciones de la Bienal compartieron la convocatoria latinoamericana,
progresivamente extendida, que las distinguía de sus modelos, Venecia
y San Pablo: en la primera participaron Brasil, Chile, Uruguay y
Argentina, en la segunda se agregaron Paraguay, Bolivia, Perú, Colombia y
Venezuela; y la tercera se abrió a todos los países.
Una de las estrategias de difusión internacional de estas Bienales, basada en
la experiencia exitosa de los Salones, consistió en la elección de jurados muy
prestigiosos. El primer presidente fue nada menos que Sir Herbert Read,
poeta, crítico de arte y filósofo inglés. El segundo, el italiano Umbro Apollonio,
director de la sede permanente de la Bienal de Venecia y el tercero, el norteamericano
Alfred Barr (jr.), director de colecciones del Museo de Arte
Moderno de Nueva York. En todos los casos, estuvieron acompañados por
otros jurados muy destacados y un representante empresarial.
Para darse una idea de la calidad e intereses simbólicos en juego, sirve revisar
los premios-adquisición, la mayoría de los cuales hoy forman parte de la Colección
Kaiser, patrimonio de la Provincia de Córdoba. El máximo galardón llamado
Gran Premio Bienal, se otorgó en la primera -realizada en el Museo
Caraffa- al informalismo de la argentina Raquel Forner; en la segunda -con
sede en el Pabellón Argentina de Ciudad Universitaria- para el cinetismo del
venezolano Jesús Soto y en la tercera -ubicada en la Facultad de Ingeniería en
Ciudad Universitaria- para el también venezolano y cinético, Carlos Cruz
Diez. Aunque resistida por algunos jurados y artistas, hubo una marcada tendencia
por parte de los patrocinantes de subrayar la relación arte-tecnología
como modelo de vanguardia industrial y cultural.
Simultáneos a las muestras de las Bienales, los llamados “actos paralelos” dieron
espesor a la participación entusiasta de la ciudad: conferencias y exposiciones
de arte prehispánico y popular, de artistas modernos de Córdoba, de
norteamericanos y europeos, entre otras, sumadas a actividades programadas
de teatro, música experimental, danza contemporánea y títeres en varios escenarios
simultáneos. La gente se volcó a las calles e hizo suya esa fiesta de la
ciudad, más allá de la inestabilidad política reinante.
El Golpe de Estado de 1966 y las guerras desatadas por Estados Unidos, revirtieron
las simpatías hacia el “american way of life” norteamericano y liquidaron
las alianzas entre arte, empresa y ciudad, generando otra etapa más
resistente y menos crédula; pero las Bienales quedaron como una importantísima
marca cultural de participación e intercambio del arte moderno latinoamericano.

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